El Emperador y el Mendígo

30 de marzo de 2014



Hay una bellísima historia que cuenta del encuentro entre Alejandro Magno y Diógenes.

Alejandro Magno, en su viaje de conquista hacia oriente, pasó por la región donde vivía Diógenes, y como había escuchado hablar de este sabio estrafalario, quiso conocerlo.

Así un día, con el pelotón de sus guaruras, caminó unas horas por el campo buscando a este famoso místico, hasta que lo encontró.

Era tan relajado, tan bello, tan majestuoso, que Alejandro se quedó muy impresionado, y disimulando su embarazo, con su andadura militar se le acercó parándose exactamente enfrente de él. Diógenes, que tenía los ojos cerrados, sintió su presencia y lentamente abrió sus enormes ojos verdes y lo miró:

-¿Que pedo?
-Soy Alejandro -contestó el emperador con orgullo.
-¿Alejandro quién?
-Alejandro Magno - fue obligado a precisar.
-¿Y? -continuó el místico penetrándolo con la mirada.
- ...Nada... quería conocerte... -contestó Alejandro sintiéndose repentinamente fuera de lugar y revelando con su voz un pelito de inseguridad.

Diógenes lentamente levantó un poquito más la cabeza y recargándose sobre un codo lo examinó detenidamente de la cabeza a los pies:

-Mucho gusto.

Alejandro no sabía qué otra cosa decir. No se sentía tan a disgusto desde que, en la escuela,lo agarraron nada preparado para el examen sobre los diálogos de Platón. Tenía que hacer algo, al final él era el emperador. Así, para darse tono dijo:

-Yo soy el hombre más poderoso del mundo.

Diógenes, enfocando bien los ojos, lo miró de tal forma que Alejandro se sintió más encuerado que él:

-¡Chido!

Alejandro, no sabiendo cómo resolver esta embarazosa situación en la cuales se había metido por culpa de su maldita curiosidad, aparentando seguridad le dijo una de estas cosas que, cuando las piensas después,te preguntas cómo se te ocurrió decir una tonteria tan torpe:

-¿Sabes qué? ¡Me caes bien...! y... porque hoy estoy de buen humor... quiero hacerte un regalo. Yo soy el hombre más rico del mundo. Pídeme lo que quieras, cualquier cosa que te guste, y yo te la vaya regalar.

-¿Quieres verdaderamente hacerme un regalo?
-¡Claro! Cualquier cosa que te guste.
-Entonces quítate de allí, por favor, que me tapas el sol.

En es tepunto el emperador se quedó sin palabras,y olvidando que era el emperador, la única cosa que pudo hacer fue hacerse a un lado y decir:

-¡Oh ...!Disculpe.

Diógenes, después de haberlo mirado por un buen rato, que a Alejandro le pareció una embarazosísima eternidad, preguntó:

-¿A dónde vas?
-A conquistar el mundo -contestó el emperador recuperando un poco de su orgullo.
-y después que hayas conquistado el mundo, ¿qué harás?

"¡Este cabrón me están chingando!", pensó el emperador. No se sentía tan chiquito desde que de chavito, Aristóteles descubrió que se había ido de pinta.

- ...¿Qué haré...? eh... después de que conquiste el mundo... finalmente me podré relajar.
-¡Bravo! Yo ya me estoy relajando ahora sin haber conquistado nada.

Alejandro, que era un hombre inteligente, no pudo dejar de apreciarla ocurrencia del místico. Sonrió con sincera admiración y le dijo:

-¡Ah, cabrón!Si vuelvo a nacer quiero ser como tú. Yo también quiero echar la hueva como tú a la orilla del río sin preocupaciones
-¿Y por qué quieres esperar a la próxima vida?-contestó Diógenes acostándose otra vez con las manos en la nuca - Mejor quítate esa ridícula armadura ahora mismo, deja a estos pobres desgraciados que te hacen de escolta regresar con sus familias y acuéstate aquí a mi lado. ¡Aquí!¡Ahora!¿Por qué esperar la próxima vida. Toma, te presto también mi protector solar.

Se sabe que Alejandro no aceptó la invitación de Diógenes por que no pudo liberarse de la obsesión de su mente: conquistar el mundo. Dejó a este místico tan excéntrico a la orilla del río, que ni se molestó en saludado, y se fue a conquistar el mundo sembrando terror, dolor y muerte en todas las poblaciones que encontró en su camino.

Dicen que cuando murió a la joven edad de treinta y tres años Alejandro quiso que su cuerpo fuera llevado en su cortejo fúnebre con las manos abiertas bien visibles, para que todos se dieran cuenta que a pesar de que había conquistado todo el mundo conocido, moría con las manos vacías.

La leyenda termina diciendo que el mismo día que Alejandro murió en Babilonia, Diógenes moría en Corinto. Y mientras el gran conquistador, afligido, pasaba el río que separa este mundo del otro, escuchó una poderosa carcajada tras de sí. Se volteó y vio a Diógenes.

-¡Órale! -dijo Alejandro-, ¡qué coincidencia! ¡El emperador y el mendigo mueren el mismo día!
-Correcto -dijo Diógenes-, pero tú todavía no has entendido quién es el emperador y quién el mendígo.


Tómado del libro: ¡Me vale madres! Mantras mexicanos para la liberación del espíritu.

Escrito por Prem Dayal



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