Cuando su voz suena, la tierra tiembla.

22 de noviembre de 2018



Dos palabras suyas bastan para arrebatarle la tranquilidad a millones de personas en Ciudad de México. Sucedió durante los pasados sismos del 7 y 19 de septiembre. Sucedió el viernes 16 de febrero y la madrugada del lunes 19.

“Alerta sísmica, alerta sísmica, alerta sísmica, alerta sísmica”, repite cuatro veces, con un zumbido perturbador de fondo, la voz que forma parte del catálogo sonoro de la ciudad: la de Manuel de la Llata García, actor de doblaje y locutor.

Cuando el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (CIRES) creó el sonido de la alerta en 1993, él ya tenía 25 años de carrera. Lejos habían quedado los días en que le rezaba a san Judas Tadeo para encontrar trabajo; vivía con holgura de la leyenda que había forjado desde 1965, cuando con 21 años llegó de Querétaro a Ciudad de México y se abrió paso con su voz en el mundo de la actuación.

La voz de la alerta sísmica ya estaba acostumbrada a salvar personas, al menos en la ficción. De la Llata había conseguido que lo eligieran para doblar al español a Clark Kent, interpretado por Christopher Reeve, en la primera película de Superman: The Movie, en 1978.

Quienes lo conocían por primera vez, cuentan sus colegas de doblaje, se sorprendían por el contraste: media 1,68 de estatura y era flaco, pero tenía una voz grave y una dicción precisa que le permitían doblar personajes con galanura. De ahí que le asignaran el papel de Han Solo en una de las versiones que se doblaron de la primera película de La guerra de las galaxias.

“El adjetivo que utilizábamos para describir su voz era aterciopelada”, recuerda Carlos Segundo, una estrella mexicana de doblaje que ha interpretado a Alf, Goofy, Piccolo de Dragon Ball y Woody de Toy Story. Segundo conoció a De la Llata cuando coincidieron en CINSA, una de las primeras empresas de locución en México.

Durante los años setenta, Manuel de la Llata fue la voz del jefe de Los Ángeles de Charlie, uno de los programas televisivos que más le dieron prestigio. También fue pionero en el cine animado, pues participó en el primer largometraje hecho en México, cuyo guion fue escrito por Rosario Castellanos: Los tres Reyes Magos. Ahí le dio voz a Melchor.

Moisés Palacios, quien ha hecho la voz de Fozzie (o Figaredo) de Los Muppets y del Tío Lucas en Los Locos Addams, lo recuerda con admiración. Y también como ejemplo: además de su voz, cuenta, se le conocía por ser disciplinado, llegar puntual a sus llamados y dejarse dirigir sin problemas.

“Llegué al doblaje en el año 1977 y Manuel de la Llata ya estaba instalado como una de las grandes estrellas”, dice Palacios. “Un gran actor radiofónico primero y del doblaje después. Un gran locutor, el más contratado en su época. Todos querían que anunciara sus productos”.

A partir de los ochenta, De la Llata cambió el doblaje por la locución de comerciales, una actividad mucho más redituable. Su voz tenía la versatilidad para anunciar desde champú hasta las criptas en la Basílica de Guadalupe.

Una de las historias que se cuentan sobre él dice que, en una ocasión, el locutor acudió a un banco en la plaza Perisur, al sur de la ciudad, y se puso a conversar con un conocido sobre el comercial de las criptas. Entonces una mujer los escuchó y se acercó.

“¿Usted es el que anuncia las criptas guadalupanas?”, le preguntó. “Pues con esa voz sí dan ganas de morirse”.

Una voz y un misterio

Rastrear el trabajo de locutor de comerciales de Manuel de la Llata es una tarea laberíntica: cultivaba un bajo perfil, incluso cuando era una celebridad del doblaje. Se negaba a dar entrevistas, rehuía de los admiradores y rara vez asistía a reuniones.

Meses después del terremoto de 1985, un grupo de especialistas, junto con autoridades, formó la asociación civil Centro de Instrumentación y Registro Sísmico con el objetivo de crear la infraestructura necesaria para detectar sismos. Una vez anticipada la amenaza decidieron que se enviaría una alerta a la capital. El entonces llamado Distrito Federal aún no tenía altavoces en las calles, por lo que se propuso que todas las radiodifusoras emitieran la alerta.

Manuel de la Llata era en esa época el locutor institucional de la Asociación de Radio del Valle de México (ARVM), explica Carlos García, gerente actual de la asociación, donde trabaja desde 1991.

“Se le pidió que participara en la alerta. No hubo casting, fue decisión directa. Lo que querían era un sonido que no fuera de catálogo, que fuera original y difícilmente reproducible”, cuenta García, uno de los pocos colegas que conocía sobre la participación de De la Llata en la alerta sísmica.

Casi ninguno de sus colegas conocía sus inicios… ni estos supieron por qué abandonó todo a finales de los noventa.

Aunque se sentía orgulloso de haber sido útil a la comunidad, De la Llata nunca se jactaba de sus trabajos: discreto, reservado y amable son las palabras que más usan quienes lo conocieron para describir al hombre que anuncia los terremotos. No era huraño, pero su excesiva formalidad, su vocabulario y la diligencia al conversar evitaban que indagaran en su vida privada.

“Hasta para reírse lo hacía con propiedad”, recuerda María Eugenia Guzmán, quien compartió estudio con Manuel de la Llata en Los Ángeles de Charlie.

Guzmán sabía que su colega había comenzado a probar suerte con su voz después de la muerte de su padre, apurado por las dificultades económicas. Pero su talento parecía evidente. En los sesenta era obligatorio conseguir la licencia de locución para poder trabajar, y el examen era riguroso. Además de tener buena voz había que saber de muchas disciplinas y los aspirantes solo tenían tres oportunidades de pasar el examen. Él lo pasó al primer intento, cuenta Guzmán.

A pesar de su reputación, De la Llata era tan reservado que lo mismo podría haber llegado de otro planeta: casi ninguno de sus colegas conocía sus inicios… ni estos supieron por qué abandonó todo a finales de los noventa, después de tres décadas de carrera.

Uno de los pocos que llegó a conocerlo más de cerca fue Salvador Nájar, una institución del doblaje en México, quien le dio la voz a personajes como la Rana René y Luke Skywalker y participó en el club de Mickey Mouse. Además de tener seis décadas de carrera, Nájar es historiador del doblaje en el país.

Para los libros que ha publicado al respecto, Nájar se dio a la tarea de develar los rostros detrás de personajes entrañables. Fue entonces cuando descubrió con tristeza que no existían fotografías de De la Llata. Solo conserva el recuerdo de su personalidad encantadora y de haber conocido su casa en el sur de la ciudad, una prueba de lo cercanos que eran: “Casi no invitaba a nadie. Toda su casa parecía una iglesia. Creo que le decían la Capilla. Era un hombre muy religioso”.

Quienes accedieron a hablar sobre él se negaron a decir cosas sobre su vida privada. Nunca tuvo hijos ni se casó. Pero todos coinciden en algo: Manuel de la Llata se pondría furioso si supiera que alguien indaga sobre él.

El retiro

Lo único que permitió rastrear a De la Llata fue su muerte. El 14 de junio de 2016 sufrió una embolia cerebral y murió a los 72 años. En su acta de defunción figura el domicilio donde pasó sus últimos diecisiete años de vida.

Rancho El Carmen está ubicado en un municipio de Querétaro. La casa se distingue a lo lejos por una cúpula con una cruz. Sobre las paredes de ladrillo resaltan las imágenes religiosas: santa Rosa, san Antonio de Padua, una Virgen de Guadalupe de dos metros de alto.

José Luis, el hombre que compartió con él las últimas décadas de su vida, aceptó hablar con la condición de que no apareciera su apellido. Delgado y de bigote abundante, aparenta menos edad que sus 72 años. Se conocieron cuando eran adolescentes.

“Nunca pensé venirme a Querétaro a vivir, sino por el entusiasmo que teníamos por ver por el futuro tanto de Manuel como mío”, explicó. “Previendo la edad, el retiro, pensamos que era un acierto invertir en este tipo de cosas”, dice sobre el rancho.

La razón de su desaparición parece predecible: estaba harto de la ciudad, el tráfico, el estrés. Prefirió estar pendiente de la ordeña de las vacas y la cosecha.

En una ocasión, un grupo de fanáticos del doblaje quiso visitar el rancho para conocerlo. José Luis estuvo a punto de invitarlos, pero De la Llata lo detuvo: “Ni se te ocurra porque yo no salgo a verlos. No me interesa”, dijo tajantemente. Aunque se sentía agradecido por haber contribuido a crear la alerta sísmica.

“Decía que se sentía complacido que lo hubieran elegido para poder servir a la comunidad”, comenta José Luis, quien estaba con él en Cancún cuando fue el terremoto de 1985.

Manuel de la Llata tenía las credenciales para ocupar un lugar importante en el doblaje, pero lo dejó para sembrar zanahorias. Nunca hizo alarde de su carrera. Tal vez el único desplante de vanidad que tuvo sucedió en una iglesia de Quintanares, en Querétaro, donde una vez lo invitaron a leer pasajes de la Biblia. Dado que la acústica era deficiente, se negó a continuar. “Se escucha terrible”, dijo, para nunca volver al atril.