Al romper furiosamente el envoltorio, el escuincle maldito soltó un alarido como si lo estuvieran capando a machetazos, tomó la caja y la apretó para dar de vueltas mientras sus berridos aumentaban de intensidad.
Era una tableta electrónica, como las que anuncia Laura Bozzo en la madrugada, la que había recibido como regalo de Navidad, no para ayudarlo con sus tareas, sino para jugar todo el día a los Angry birds.
Dos minutos después toca el turno al niño chiquito, más castroso que el grande, quien corre al árbol a tomar el paquete que le corresponde, el cual queda reducido a trizas en segundos para dejar en su lugar un conjunto de pants, playera, chamarra, tenis, un balón, unos guantes y hasta una gorra, todo original y carísimo del Real Madrid, el equipo favorito del morro, quien al ver su presente navideño se echó a llorar y a aventar todo, en un berrinche que ni López Obrador cuando pierde una elección.
Y toda la familia a consolarlo porque el maldito engendro quería un video juego igual o mejor que el del otro chamaco monstruoso, en un intento por hacerle ver que Santa Claus creyó que eso es lo que quería.
Por eso decidí intervenir y decirle que el pinche gordo ése ni existe y que si alguien tiene preferencia entre él y su hermano son sus papás, quienes se encargan de los regalos navideños... para que al vecino no se le vuelva a ocurrir invitarme a su casa a cenar cuando me vea solito en mi departamento viendo porno en 24 de diciembre.
¡Chá!
Columna que se pública en el periódico Basta!
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